Aquí no ha pasado nada. Sólo el tiempo. Te ha vuelto hablar de repente. Después de un año de silencio, de una ausencia forzada, de 365 llamadas no cogidas, de mensajes y e-mails no contestados. Te ha vuelto a hablar después de haber dejado de hacerlo porque tú no has sido capaz de amarle como él creía que se merecía. Y se lo dijiste. Te ha vuelto a hablar después de haberte dicho que tenía ganas y material para escribirte una carta entera de insultos después que tu manera de acabar todo de buenas maneras no fuera suficientemente buena para él. Él que eligió el camino de la rabia para sentirse mejor sin pensar en momento alguno que los sentimientos no se eligen, se viven y punto. Y que las personas no tienen que ser hijas de puta sólo porque no se enamoren de ti. Te ha vuelto a hablar. Él que se cubrió de gloria y malas maneras, que provocó que su familia (de la cual eras ¨casi hija” y que conocías desde hacía 6 años) dejara de hablarte y que dejó tus cosas que habían quedado en su casa, en la puerta de la tuya, en manos del portero y en una bolsa de plástico de Maxcop.
Te ha vuelto a hablar por el Messenger como sino hubiera pasado nada. Y te ha preguntado por tu madre, por tu vida. Te ha preguntado que tal todo. Que si estabas bien.
Como si no hubiera pasado nada.
Ni el tiempo. Ni el buen rollo. Tú a penas contestaste y te pusiste a pensar que hace un año te sentiste culpable. Culpable de que no fuera el chico de tu vida, culpable de no elegir tus sentimientos, de no querer quien te quería. Pero no era culpa tuya. Y la prueba ahora la tienes ahí. Te ha hablado él porque se supone que no hay amor ni odio que duren para siempre.
Que sea feliz…
24 octubre 2006
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