21 septiembre 2008
Una carta de Lorena
Llegué anoche a Madrid sobre las 21h pero gracias a la eficiencia de Iberia sólo pude dejar Barajas una hora más tarde cuando finalmente se dignaron a traer el equipaje. Fui andando tranquilamente hacia el autobús y sin poner los mp3 me dediqué a “observar” el ruido que había en el aeropuerto. Gente por todas las partes, banderas de España, chillidos. Tenía ganas de llegar a casa y ver qué tal se encontraban mis bebés, pero fui sin prisas disfrutando de la temperatura más agradable que ha registrado Madrid en lo que va de año.
Abrí la caja del correo esperando las típicas facturas de siempre o la publicidad del restaurante chino de la esquina cuando veo un sobre raro color beige. Veo mi nombre escrito a mano y no reconozco la letra, pero en la era de los ordenadores, ¿Quién es capaz de reconocer la letra de cualquiera?
La carta viene de Lorena. De la calle de mi infancia, de la madre de mis mejores amigas. ¡Una carta! Después de tanto tiempo! No me acuerdo ni siquiera cuando fue la última vez que me escribieron una pero me atrevería a decir que fue hace casi 10 años y todavía vivía en Brasil. ¡Que tiempos aquellos de las cartas!
En la carta, "tía Sonia" (a los padres de los amigos, en Brasil se les llama "tíos") me contó novedades de mis amigos de allí: como Fér, su hija y mi amiguita de aventuras está embarazadísima, como Rex, su otra hija y grande amiga sigue a las vueltas con la renovación de su tienda de zapatos… pero lo que más me tocó fue darme cuenta que para ella la gente que crecemos en aquella calle perdida de suelo de piedras grandes y oscuras, somos también parte de su vida pase el tiempo que pase.
Junto a la carta venía un ejemplar del periódico semanal de la ciudad, el Guayapacaré. Estuve un buen rato mirando el periódico en mis manos, manchándome los dedos con su tinta y leyendo noticias que pese la distancia y el tiempo, todavía están lejos de ser irrelevantes para mí. De repente ya estaba no en Madrid. Estaba en el mundo de Lorena, la que dejé hace 13 años, con su periódico en papel cutre y sus noticias sobre una nueva tienda de ropa. Sus fotos de Calle Principal , renovada y con carril bici, las cartas de los pocos lectores, el aniversario de mi antigua escuela, una pelea en una fiesta funk que acaba en muerte. Lorena ya no es la misma, pero a la vez lo es. Siempre quedará algo del pasado aunque las calles ya no sean seguras como antes, ni llenas de palmeras o ya no queden aquellos señores que vendían algodón dulce tocando un claxon que sonaba a rebuzno. Yo tampoco soy la misma pero dijo como mi primer jefe, João Abdalla, una nunca se muda de su pueblo porque siempre lo lleva dentro.
Lorena está en mí: en mis manos, mi cabeza, y mi corazón.
Así como Tía Sonia y su familia siempre están y siempre lo estarán.
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1 comentario:
Debío darte una alegría tremenda ¿no? hace siglos que ni recibo ni envio una carta escrita a mano, salvo estas vacaciones que le mandamos unas postales de la playa a mi madre y a mi suegra.
Deberíamos hacerlo más a menudo, que ahora los buzones no son más que nidos depropaganda y cartas bancarias.
Un abrazo.
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