He estudiado en un colegio de curas salesianos. Y los curas nunca me han gustado demasiado. Me gustaban más que las monjas porque me parecían gente más normal y alegre pero vivian como dioses (con mucho lujo) y a mi me costaba entender como cuadraba eso en el voto de pobreza.
Pero me llevaba bien con ellos. Era deportista y empollona y esa clase de niña repelente que le gustan a los curas y a los profesores. Había un cura sin embargo, que me gustaba de manera especial.
Se llamaba Padre Hugo. De todas los curas de mi colegio era el único a quién realmente le importaba los pobres de mi pueblo. Porque en mi pueblo habían muchos pese a los muros tan altos de nuestra fortaleza. Se vestía de manera austera y tenía una mirada azul como el cielo de Abri y l una voz tan bajita que parecía siempre que te estaba contando un secreto. Para mucha gente de mi pueblo ese hombre era un santo. Por toda su labor ayudando a los que más lo necesitaban. Tenía esa mirada dulce y pura y no he visto esa clase de mirada en muchas personas. Para mi, más que un santo era un angel y me encantaba muchas veces ir a comer a casa y volver corriendo al colegio, así sobre la 13h, 13h30, cuando ya no estaban los alumnos de la mañana y los de la tarde estaban metidos en las aulas, para ver como Padre Hugo caminaba por los pátios del colegio despacito tocando su violino. A veces le seguía un perro que había por allí que era igualito que Lassie. Y así iba él. Caminando con dificultad y tocando el violino cuando no estabámos ninguno. Se veía que disfrutaba y que tocaba para él mismo y también para el perro que le seguía. Yo en aquel entonces creía en el cielo y en los angéles y este hombre era la personificación de lo que la gente llamaba divino.
En muchas veces me acerqué a él para decirle que había vuelto prontito al cole sólo para oirle tocar entre los árboles. En otras más veces le seguía sin que me viera para estar más cerca de él sin que pensara que estaba loca. Tengo en mi mente guardada como si de un video se tratara: los árboles perdiendo las hojas, el patio del colegio vacío y la música de su violino: dulce como mi infancia, como estos días en Lorena que ya no vuelven más.
13 marzo 2007
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