31 enero 2008

De vuelta ...

Dejé Lorena como quien deja un gran amor: con los ojos llenos de lágrimas y con ganas de volver en el tiempo para vivirlo todo otra vez. Vivir una vez más aquellos días en los que yo jugaba con Fernanda y Renata en la calle Candelaria – y el cielo era azul todos los días de la semana.
Jamás pensé que podría sentir tanto al volver a mi pueblo. Desde las señales en la carretera hasta mis paseos por el centro de la ciudad, viví una avalancha de sentimientos en mi propia versión de la peli Cine Paradiso – un festival de caras conocidas, ahora ya arrugadas y envueltas en pelos grises o envueltos en la ausencia de los mismos. No soy la única a hacerme mayor y mi querido pueblo también sufre el paso del tiempo.
Casas que cambian de color, terrenos antes vacíos y llenos de árboles que ganan cemento y tejas, la casa de mi infancia que cada día me parece más pequeñita, la calle donde yo correteaba y soñaba que podía volar con las cometas, abandonada y llena de gradas de protección.
Pero queda tanta vida. Quedan tantos recuerdos en cada rincón aunque lo externo ya no sea lo mismo en las calles ni en la gente. Queda la esencia de mi niñez, las puertas que yo saltaba para robar fruta, los cables de alta tensión donde se enrollaban mis cometas, queda mi habitación y los peluches que sobrevivieron al tiempo, la amistad de Fernanda y Renata, siempre presentes, siempre con esa maravillosa sensación de haberlas visto el día anterior. Todavía queda algo de mi colegio, las canchas donde yo jugaba al balonmano o al speedyball, quedan esas chicas con quien yo solía salir y descubrir el mundo cuanto era adolescente. Queda ese bar donde siguen poniendo los mismos platos de siempre y que me encanta volver y probarlos en un intento desesperado en volver sentir una vez más que es mi Lorena. Queda el recuerdo de esa puerta donde jugábamos al fútbol y la torre de la Iglesia donde yo subía para ver las estrellas más de cerca.Los sueños que tenía en Lorena. Los llevo conmigo, el tiempo que pasé allí, aunque lejano, los llevo conmigo, el verde intenso de las montañas alrededor de la ciudad, lo llevo grabado en mis retinas.
Escribo desde una Madrid fría y Lorena ha quedado atrás, a muchos kilómetros y años pero nunca ha estado tan cerca.