
Echo menos esa fuerza superior, echo de menos algo en que pensar antes de dormir, las mariposas en el estomago, las canciones que eran una poética y constante banda sonora en mi vida. Observé paciente la muerte lenta del amor que sentía – silenciosa, natural y suavizada por el perezoso paso del tiempo. Somos capaces de aceptar el final del amor pero nos cuesta sobremanera soportar el dolor que provoca el final definitivo de lo que hemos idealizado. Son los sueños que nos permiten evitar la pérdida irrecuperable de nosotros mismos que supone la felicidad. Cuando somos inmensamente felices ya no somos adultos solitarios, ya no somos señores de nuestro presente sino que vemos como parte de él depende de algo que no tenemos entre nuestras manos – y esa es una idea aterradora para mucha gente. Lo es para mí, pero echo de menos, al amor, al sueño. A todo aquello que me hacía escribir posts más bonitos, a ver la vida más llena de color, a oír más pájaros cantando junto a la ventana y a sonreír en los momentos menos probables.