06 agosto 2008

Atea gracias a Dios


Yo soy atea. Eso es. No creo en Dios. Ya lo he dicho. Estadísticamente si comparas el número de creyentes con el de ateos, se comprobará que soy una rara. Es difícil entender como ha ocurrido pero si lo piensas bien tiene su lógica: estás un dia en tu casa tranquilamente viendo la tele y sale Rouco Varela haciendo alguna consideración sobre el matrimonio homosexual, o de repente salta Osama Bin Laden prometiendo liberar el mundo de los infieles y uno de repente lo ve claro: si existiera un Dios no sería más cuidadoso a la hora de elegir sus Relaciones Publicas?
La verdad es que una vez que te metes por el mundo de los ateos, ya no hay vuelta atrás. Dejas de creer en muchas cosas – en la vida después de la muerte, en el destino, en una supuesta conexión especial que tengas con alguna persona, en que España algún día ganará algún campeonato mundial de fútbol para mayores de 17 años. La vida se vuelve más dura. Te ves alejada de horóscopos, supersticiones y empiezas a creer que la peli El Exorcista era una tontería para niños – sino existe Dios, el Diablo tampoco así que la voz gruesa esa de la chica sería resultado de un dolor de garganta o algo por el estilo.
Pero lo peor de ser ateo es ya no poder participar del magnifico mercado de las promesas. Ya no hay regateo divino. Se acabó el rollo, Dios si consigo ese trabajo te pondré 10 velas. Dios, si me curo de esa enfermedad te pongo 20 velas, o Dios si consigo un marido te pongo 100 velas. Se acabó lo de conseguir cosas imposibles con tan poco esfuerzo. Que manía además con velas – ¿donde piensa la gente creyente que vive Dios y los Santos? ¡Viven en el cielo! ¿Acaso necesitan más luz?
En tiempos antiguos Dios venía a menudo a echar un ojo a ver que tal iba al tema en la Tierra. Si estaba muy liado con sus labores de omnipresencia enviaba un ángel, un diluvio e incluso a su hijo a hacer sus recados. ¿Pero donde está ahora? Hace tiempo que no sabemos nada de él excepto a través de gente tan fiable como el Papa de turno, Bin Laden, Rouco Varela, entre muchos otros dispuestos a utilizar la supuesta palabra de Dios como mejor le convenga.
Lo único que pido como ciudadana qué soy es que limiten su fe a sus ambientes privados y dejen las cuestiones de Estado a quien le corresponda. Ni mú sobre eutanasia, aborto, homosexualidad, condones, ni religión en escuelas públicas. Puede que con estas palabras garantice mi lugar en el infierno, pero no importa. Está claro que algo que religión alguna supo hacer hasta ahora es crear una idea de cielo realmente atractiva. Si en el cielo se encuentra gente como Escrivá de Balaguer, Juan Pablo II o Franco, está claro que prefiero irme al infierno y tomarme una caña con Buñuel.
Por mucho calor que haga.