07 febrero 2008

Un dos, frijoles con arroz!


Una semana de vuelta a Madrid y parece que hace ya un mes. No tardé mucho en acostumbrarme, estuve como un par de días en el aire pero el patinaje, el yoga, el trabajo y mis amorcitos no permitieron que la ciudad se me hiciera rara por mucho tiempo.
Anoche, sin embargo, quise revivir una cena que había tenido allí y me puse a cocinar después de la clase de yoga. Arroz, frijoles, pollo empanado por estas manitas, farofa: un billete rápido que me trajo de vueltas unos momentos inolvidables. Alguno pensará que es una chorrada: menuda cena cutre, normal y corriente – porque un momento tan importante?
Porque todos los momentos deberían serlo. Ese es el secreto para que una se sienta bien. Disfrutar de cada pequeña cosa, de toda la maravilla que tienen los momentos por el sencillo hecho de que son únicos, la compañía de los amigos, una tarde llena de sol, el viento que sopla en la cara mientras patino volando en el parque por la noche y los frijoles con arroz, que dicen mucho más quien soy y de donde vengo que cualquiera de mis actos o pasaportes.

06 febrero 2008

Patinando y cantando y siguiendo la canción




Cuando era niña le dije al hijo de la chica que limpiaba nuestra casa que mi sueño era desfilar en el Carnaval de Río desnuda. El tema volvió a salir a la luz hace un par de años. Yo sinceramente no me acordaba de nada pero parece ser que tal declaración de intenciones no se le escapó al chico y todavía me hacen bromas con el tema.
El sábado, creo que puedo decirlo, realicé en parte este sueño. Guardada las debidas proporciones, desfilar en patines desde el Retiro, pasando por O Donnel y por el suave asfalto alrededor de la Puerta de Alcalá y Cibeles hasta llegar a una Castellana llena de gente, ha sido una experiencia tan flipante que creo que lo de desnudarme en la Sapucaí ya no será necesario.
Vale que en lugar de la samba sonaba una canción boliviana que en cualquier otro contexto me hubiera vuelto loca, vale que los disfraces de mi grupo no eran muy uniformes y la única cosa común que llevábamos era el rojo y los patines, vale que en algunos momentos las acrobacias que hacían me daban muchísimo miedo a caerme redonda al suelo: fue una tarde genial donde volví a ser una niña por algunas horas.

Y una cosa: bajar la calle Alcalá desde la Puerta hasta Cibeles en patines es algo tan guay que resulta complicado describirlo.

Muchas gracias a Madrid Patina!