18 junio 2008

Vuelta




Vuelvo de vacaciones y el verano todavía no ha llegado a Madrid. Llego cansada y medio dormida y espero un buen rato en el Aeropuerto de Barajas a que Iberia se anime a devolverme mi equipaje. Todo parece raro aunque siga en su exacto lugar. Miro alrededor buscando sentirme casa pero me cuesta. En la oficina la cosa no mejora: tengo sueño y no soy capaz de concentrarme. Tantos días de felices dejan su huella en el cuerpo como si la felicidad y la salud no pudieran ir de la mano. Me gusta Austria, Innsbruck, Salzburg, Breganz y la bella Viena. Me gusta oír como el alemán suena dulce cuando lo cantan, me gusta sentirme abrazada entre las montañas y entre la gente que camina sonriente animando a su equipo. Me he reído como hacía mucho no me reía, hice fotos con gente que no sabía quien era, pero ¿que importa? Como al final concluyó el chico de Into the wild, la felicidad sólo tiene sentido si es compartida, así que cuanta más gente mejor.
Hubo tiempo para todo: para nuevas amistades, para gentilezas, para emoción, buena comida y inyecciones de auto estima. Tiempo para mirar el caer de la tarde desde el Lago de Constanza y volver un poco al pasado y recordar otros tiempos en los que había otra clase de encanto en el aire, bajo otro cielo no tan lejano. Con el tiempo todos logramos ser libres y vamos por la vida buscando más ilusiones, más nubes a las que observar mientras sopla el viento. Eso sí. Fueron días de ilusión, de volver a ser niña y soñar con partido, con ganar el europeo y con celebrar el gol perfecto.
La vuelta me está resultando especialmente dura pero una no se puede quejar cuando vive momentos tan especiales. Una no se puede quejar cuando realiza sueños como ver un partido en un campeonato mundial o una eurocopa.
Una no se puede quejar y no lo hago.
Me siento muy feliz.