26 julio 2007

Getting Political - porque ya es hora de dejar de escribir chorradas supuestamente poéticas en ese blog

Por un estado laico



Una de las grandes críticas de la Iglesia Católica a la Teología de la Liberación era que la Iglesia no era responsable ni debía centrarse en la condición social del hombre sino que en la salvación de su alma.
Aunque desde el punto de vista humanitario esa afirmación resulta ser bastante reprochable, creo que se debería tomar la palabra al Vaticano y utilizarla como base para justificar la necesidad de un estado laico español.
Si la Iglesia debe preocuparse de la salvación del alma y no de la condición social de los seres humanos que las hospedan mientras viven, no hay razones para que cualquier institución de carácter religioso opine sobre cuestiones de Estado como por ejemplo, el matrimonio homosexual – una ley humana que no hace mención alguna al carácter sagrado o religioso del matrimonio. Si la Iglesia no se encarga de la condición social del hombre, no tiene sentido por ejemplo, que el Señor Rouco Varela afirme que la Seguridad Social se irá a la quiebra si se casan los gays. Los gays, como cualquier otro colectivo son ciudadanos antes que creyentes ante el Estado. Sí por una parte se puede aceptar que a los feligreses que no cumplan las normas de la Iglesia se les deniegue el acceso al cielo, por otra, es inaceptable que el Estado tenga en cuenta cualquier norma “celeste” a la hora de conceder o limitar derechos a sus ciudadanos.
El Estado español al ser aconfesional permite aberraciones como que instituciones religiosas soliciten financiación cuando tienen medios propios para sobrevivir. Permite que transfieran al al Gobierno de turno , (encargado de la condición del hombre en cuanto ciudadano, recordemos), la tarea de costear la salvación de todas las almas - las que no piden ser salvadas incluídas. Lo mismo pasa con la educación religiosa en las escuelas: si el Estado fuera laico, se evitaría no sólo la poco fructífera discusión sobre los contenidos que impartir sino que se acabaría con el disparate de que los ciudadanos paguen por la formación religiosa de los creyentes.
Toda esa reflexión se hace desde el respeto a que cada ciudadano profese, dentro de su esfera privada y familiar, la religión que crea conveniente. Sí los padres están demasiado ocupados trabajando como para formar la moral religiosa de sus hijos, les recuerdo que siempre les quedarán los días de descanso previstos en la leyes humanas y divinas para hacerlo.
En el Estado laico cabemos todos: creyentes, ateos y agnósticos. Al contrario de lo que argumenta la Iglesia, el laicismo no separa ni divide la sociedad sino que nos une en un concepto más amplio – el de ciudadanos, con derechos y deberes pero ante todo, iguales ante las leyes humanas y con plena libertad para elegir la ley divina que más nos apetezca.

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