09 febrero 2014

Palabras y silencios

Yo sabía cuando llegué que no sería todo como la sonrisa de la entrada. Sabía que tenía en su cabeza cosas que decirme mientras yo en la mía, tenía las mismas que callar.  Una mañana así no suele acabar con sol.
Y por supuesto, entre las amenidades de un nuevo enero, tenía que sacar, como si nada fuese, las sombras de final de año. Quizás la sorpresa haya venido de que el tiempo, para mí, ya había convertido lo ocurrido en anécdota mientras había cocinado en él una mezcla rara de decepción y rabia. 
Entre mis razones, todas verdaderas - aunque más o menos lógicas, no ha encontrado ninguna que fuera creíble. Ninguna digna de oírse tranquilamente mientras una la contaba. Es más, entre interrupción e interrupción,  y sin terminar de oír, se ha encargado de construir sus propias versiones de mis razones y de enfadarse por ellas. 
Yo miraba tratando de entender. Y  ha sido el ejercicio menos fructífero de la Historia. Entender el enfado, la decepción,  las palabras poco apropiadas. Supongo que a él le pasaría mismo y como si de una película se tratara,  asistí desde fuera una discusión en la que poco intervine porque era no era capaz de entender o, peor,  era consistente de que entenderla a fondo significaria ir mucho más allá de lo que nos convenía a todos. 
Y de repente... se cambia de tema. Agotado que estaba  sin entrar en terrenos que no podríamos recorrer  sin desvelar demasiado. Y en el aire el peso de las cosas dichas y no dichas. La barriga llena de todo que ha tenido que tragar en silencio o sin decir lo que se queria. 
La duda, razonable siempre,  sobre las razones de cada uno pegada en el pecho y muda. 
Una vez fuera me pregunta una amiga por mi cara de nada, mi cara de silencio. ¿Qué ha pasado? Y yo sonrío, y digo que nada. Nada como la traducción perfecta de las cosas que te ocurren y que no eres capaz, aunque intentes e intentes, de explicar. 

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